martes, 14 de febrero de 2012

Mi primera amistad en Alemania

 

Cuando vivía en el pueblo de Steinbergen, me hice amiga de mi vecina alemana. Todo fue gracias a mi madre y su sentido del deber. Le comenté que en Alemania muchas de las casas grandes que en su día pudieron ser de una familia, ahora están divididas y en ellas pueden vivir varias familias. Nosotros compartíamos la nuestra con una chica que vivía sola y con una pareja y sus tres niños.

Una mañana estaba sola pasando la aspiradora. Normalmente llevo ropa vieja para estar en casa y me recojo el pelo de cualquier forma para que no me moleste…

 

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Ese día mi look era bastante lamentable.

 

maruja

 

Oí que subían los vecinos por la escalera y resonaron las palabras de mi madre en la cabeza: ¿Tienes vecinos? Pues tu deber es presentarte y decirles que eres su nueva vecina. Miré mi camiseta de lunares y mis pantalones rosas desteñidos (no me dio tiempo a fijarme en el pelo), y pensé: ¡qué importa! El deber es el deber! Y salí. El vecino y los niños se habían metido ya en casa, así que sólo quedaba mi vecina.

Le dije (en alemán): Hola! Soy Irene. No hablo alemán, ¿hablas inglés?

Y la respuesta fue: Nein!  

Entonces empecé a discutir mentalmente con mi madre: mira que te había dicho que no hablo alemán. ¿Y ahora qué?? Y mi madre respondió lo que contesta siempre: ¡No importa! Tú haz lo que tienes que hacer.

Así que nada. Intenté decir: ¡Soooyyyy Ireeeneeee! En inglés. Y gritando, claro, como hacemos todos los españoles cuando hablamos a un extranjero (aunque el de fuera seamos nosotros). Daba igual que lo dijera en inglés, en español o en chino, porque la vecina no hablaba más que alemán, pero siempre utilizo el inglés como lengua intermediaria. Siempre tengo la esperanza de que aunque alguien no hable inglés, lo aprenda de repente para comunicarse conmigo…

Al final entendió, como en las pelis de indios, que yo era Irene y que le tocaba el turno a ella. Me dijo su nombre y nos quedamos esperando como tontas a que nuestros cerebros aprendieran la lengua de la otra. Pero en la realidad desgraciadamente uno no aprende una lengua al ritmo que “el guerrero número trece”. 

Después de esperar el tiempo prudencial que indica que el eterno silencio que estás viviendo no ha servido para nada, seguí.

Le dije (siguiendo las instrucciones específicas de mi madre) que era su nueva vecina y que si necesitaba algo, vivía ahí. Lo dije señalándome a mí, a ella, a su casa. Pero la pragmática no es una de las cualidades alemanes. Tienen muchas y muy buenas, pero ésa no es una de ellas.

Al final, cuando los tres niños estaban descojonados por el suelo por la situación (habían salido a la escalera para ver cómo seguíamos) , apareció el novio de la que se convirtió en mi futura amiga. Volví a interpretar la escena. Pero tampoco me entendió.

Pensé que el problema era en mi acento (a mis compañeros alemanes de inglés les encanta oírme hablar porque dicen que tengo un acento muy nice) pero luego me di cuenta de que no era un problema lingüístico. Era un problema cultural.

Vamos a analizar la conversación (en español):

- Hola

- ¡Hola! Mira, que le estaba diciendo a tu novia, que soy Irene.

- Sí…

- … y que soy vuestra nueva vecina.

- Ahhh. Ok!

- Y que si algún día necesitáis alguna cosa, ya sabéis dónde vivo…

- Uhmmm….

- Vivo aquí, con mi marido…

- Sí, pero, no entiendo: ¿si necesitemos qué…?

- Pues, no sé, lo que necesitéis…

- Ya, pero, ¿cómo qué?

- Pues, yo qué sé, si necesitáis algo, ¡joder! Leche, huevos… o que hay que llevar a alguien al médico…

- Uhmmmm, ya, pero…

- Vamos a ver: que si necesitáis algo de comer o de beber y no tenéis… O si alguno está solo y tenéis que ir al médico…

- ¿Sí?…

- ¡Qué podéis llamar!

- Uhmm…

- Bueno, que vivo aquí, ¿vale???

 

Aagghhh.

 

 mafallda

 

Al día siguiente, venía de hacer 15 kms. con la bici. Estaba empezando el verano y llegué a casa empapada. Fui a la parte de atrás de la casa para aparcar mi bici y pasear por el jardín.

Cuando me estaba quitando el jersey, me di la vuelta y me encontré a los vecinos sentado sobre una toalla… en ropa interior. Yo dije: ¡¡Ayyyy, hola!! Y me fui corriendo. Pero las dos niñas mayores, que nada más verme aparecer habían desaparecido, me cortaron el paso para darme unos dibujos.

Me hizo tanta ilusión que después de soltar un montón de ¡¡¡Ohhhhh, qué monos!!! Me lancé a darles un beso. A la niña mayor podría haberla dado una descarga eléctrica, que el resultado hubiera sido el mismo. La niña pequeña se quedó quieta. Estaba experimentando y decidiendo si aquello le gustaba o no…

Después, mi vecina corrió para alcanzarme y decirme que si quería unirme a ellos (a hablar en las toallas, no al seminudismo). Y hablamos mucho… Hasta que llegó mi marido.

Gracias a Dios me llamó al móvil y me dio tiempo a advertirle de que estaba atrás con los vecinos. Que eran muy majos y que querían invitarnos a salir al día siguiente… Pero que estaban en rora interior, que no se asustase… Que no iba a interrumpir nada…

 

Ese fue el comienzo de mi primera amistad en Alemania.

 

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P. D.: Muchos meses después, te conocí a ti, Kiara. Aunque nuestros países están muchísimo más lejos, no existía barrera lingüística. Yo imitaba tu acento y tú te reías de él mío, y aunque  no entendíamos algunas palabras y expresiones de la otra, hablábamos la misma lengua (¡que ya es mucho¡), teníamos muchas costumbres parecidas y cultivábamos la pragmática, jeje. ¿Cómo se te ocurrió venirte a un país europeo tan particular??

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